«Quien sabe de dolor, todo lo sabe».
-Dante Alighieri
A menudo me encuentro con personas que me cuentan sobre una apatía instalada en su día a día. Se levantan, trabajan, tienen amigos, salud y dinero, pero aún así sienten un vacío que no logran explicar bien. Cuando vienen a verme, a veces descubrimos que este vacío se debe a la imposibilidad de conectar con un dominio más profundo del ser, un núcleo espiritual al que todos tenemos acceso. Ahora, la pregunta es: ¿cómo empezamos a conectar con nosotros mismos y en qué momento nos desconectamos?
Existen varios posibles motivos de desconexión. Uno de ellos es la incapacidad para conectar con el dolor y el sufrimiento que acompañan la experiencia humana. Es común que hayamos desarrollado una aversión al dolor, prefiriendo buscar el placer. Al desconectarnos del dolor, también nos desconectamos del placer y de las demás experiencias de la vida. En otras palabras, cerramos la puerta no solo a las emociones dolorosas, sino también a aquellas que nos hacen sentir vivos. Esto no es algo que hacemos de manera consciente; es un mecanismo de defensa para evitar lo incómodo, y algo que, culturalmente, ha sido promovido, ya que vivimos en una sociedad que busca sentirse bien a toda costa (hedonismo), una sociedad materialista centrada en el bienestar.
Reconectar con el sufrimiento y el dolor que acompañan la experiencia humana es vital para una vida con sentido. Nos vemos a nosotros mismos como parte de una comunidad que también sufre por distintos motivos (dinero, salud, política, problemas mentales) y reconocemos que estamos en el mismo nivel, identificando inconscientemente nuestra arrogancia y comprendiendo que tenemos más similitudes que diferencias. Reconocer el sufrimiento y el dolor trae consigo la posibilidad de ver cuán afortunados somos por haber tenido algo en el pasado y, por supuesto, la posibilidad de recuperarlo. Por ejemplo, en la salud: si sufrimos de una enfermedad ahora, es porque antes éramos saludables, y en el futuro podríamos serlo nuevamente. Vemos que hemos perdido tiempo valioso cuando estábamos saludables y que nuestra ceguera nos impedía valorar nuestras vidas. Reconocer nuestro sufrimiento y dolor trae agradecimiento, porque, a pesar de las cosas que nos duelen, aún tenemos aspectos que nos hacen bien. Si el individuo puede hacer este cambio de visión, el sufrimiento y el dolor se convierten en herramientas poderosas para apreciar lo afortunados que somos al tener oportunidades de hacer las cosas de manera diferente.
Reconocer el sufrimiento y dolor propios permite ver el del otro. Cuando somos capaces de ver el dolor del otro, es natural no querer causarle más dolor, sino hacer el bien y promover la armonía. Por ende, el individuo se siente motivado a hacer algo beneficioso, aunque sea breve. El altruismo y el deseo de hacer el bien a los demás (con palabras, acciones o buenos deseos) surge de forma natural.
Reconectar con nosotros mismos significa tocar este núcleo doloroso y todas las justificaciones que le damos: los padres que tuvimos, la pareja que nos engañó, el bullying que sufrimos de niños, la muerte de papá y el sinfín de explicaciones. Un buen conocedor del sufrimiento y dolor humanos sabe que estos son diferentes escenarios para la misma obra: la vida incluye tanto eventos dolorosos como sublimes. Podemos pasar la vida tratando de entender por qué las cosas fueron como fueron, e incluso nunca descubrir la verdadera causa. Sin embargo, podemos entender que ser parte de esta vida implica esta sensación de insatisfacción interior, y que, a pesar de ello, podemos darle sentido a nuestra vida.
Esto es lo que hacemos en los talleres de constelaciones familiares: tocar nuestro dolor. Naturalmente, al hacerlo, surgen nuestras ganas de hacer el bien, para nosotros mismos y, en consecuencia, para los demás. Es imposible lo contrario. Nace la compasión por nuestra naturaleza humana y se desvanece nuestro infantilismo crónico, que cree que la vida debería ser como esperamos. Nada más infantil que creer que porque esperamos algo, sucederá.
Comments